lunes, 30 de marzo de 2009

Sobre el aborto; Julián Marías

[Artículo publicado en ABC, posiblemente hace unos quince años. Julián Marías falleció el día 15 de Diciembre del año 2005.]



"La espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten «por fe»; se entiende, por fe en la ciencia. Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer. Esta visión ha de fundarse en la distinción entre «cosa» y «persona», tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre «qué» y «quién», «algo» y «alguien», «nada» y «nadie». Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «¿qué pasa?» o ¿qué es eso?». Pero si oigo unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré «¿qué es?», sino «¿quién es?». Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical «innovación de la realidad»: la aparición de una realidad «nueva». Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter viene de ahí y no es rigurosamente nuevo. Diremos que «lo que» el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es «reductible» a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, en muchos sentidos «única», pero al fin una cosa. Su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante. «Lo que» es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero «el hijo» no es «lo que» es. Es «alguien». No un «qué», sino un «quién», a quien se dice «tú», que dirá en su momento «yo». Y es «irreductible a todo y a todos», desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir «yo» se enfrenta con todo el universo. Es un «tercero» absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre. Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre se dice una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a a tener un niño»; no dice «tengo un tumor». El niño no nacido aún es una realidad «viniente», que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteroesclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma). A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte.Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal «no debe vivir», ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno. Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la «hembra embarazada»), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto. Se habla de la «mujer objeto» y ahora se piensa en el «niño tumor», que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo de su madre, sino «alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre», ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y por la fuerza me lo impiden. El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo uso del «quién», de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad. ¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso de «despersonalización», es decir, de «deshominización» del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana? Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final."

jueves, 26 de marzo de 2009

Residuos; Ortega y Gasset

"El síntoma de que algo es residuo - en Biología como en Historia - consiste en que no se comprende por qué está ahí. Tal y como aparece no sirve ya de nada y es preciso retroceder a otra época de la evolución en que se encuentra completo y eficiente lo que hoy es solo un muñón y un resto * "


" * Imagínese el conjunto de la vida primitiva. Uno de sus caracteres personales es la falta de seguridad personal. La aproximación de dos personas es siempre peligrosa, porque todo el mundo va armado. Es preciso, pues, asegurar el acercamiento mediate normas y ceremonias en que conste que se han dejado las armas y que la mano no va a tomar súbitamente una que se lleva escondida. Para este fin, lo mejor es que al acercarse cada hombre agarre la mano del otro, la mano de matar, que es normalmente la derecha. Este es el origen y esta la eficiencia del saludo con apretón de manos, que hoy, aislado de aquél tipo de vida, es incomprensible y, por tanto un residuo. [Véase sobre este carácter de residuo del saludo hoy habitual, la Meditación del saludo en El hombre y la gente.] "

martes, 17 de marzo de 2009

Sobriedad; Sobriedad material, sobriedad ética; Ramón Menéndez Pidal

[Párrafo de Ramón Menéndez Pidal del primer capítulo de su libro "Los españoles en la historia", escrito, creo, en 1951, libro que, a su vez, es el prólogo a su conocida Historia de España. Un punto de vista interesante: (entre corchetes las notas a pie de página). ¿Qué queda en España de ese español de antes o de ese habitante de la península de antes? ]


"Muchas veces se ha puesto en relación el complejo del carácter español con el suelo habitado. Unamuno insiste en ello: "el espíritu áspero y seco de nuestro pueblo, sin transiciones, sin términos medios, está en conexión intima con el paisaje y el terruño del la altiplanicie central, duro de líneas, desnudo de árboles, de horizonte ilimitado, de luz cegadora, clima extremado, sin tibiezas dulces" [Unamuno, Ensayos, I, Madrid 1916]. Pero tal relación no es válida respecto a cualidades que se dan fuera del paisaje de ambas Castillas. La sobriedad física se halla igualmente en la risueña y fértil Andalucía, y, para mí, la sobriedad es la cualidad básica del carácter español, que no depende de un determinismo geográfico castellano, y es tan general que, partiendo de ella, podemos comprender varias de las otras características que ahora nos importa notar.La más aguda descripción del carácter español en la antiguedad, la del galo
Trogo Pompeyo [Trogo Pompeyo, hisoriador romano del siglo I de origen galo, autor de una Historia Universal (Historiae Philipical), perdida, de la cual se conserva un Epítome hecho en el siglo II por Justino. El libro XLIV y último está dedicado a España] comienza diciendo que el hispano tiene el cuerpo dispuesto para la abstinencia y el trabajo, para la dura y recia sobriedad en todo; dura omnibus et adstricta parsimonia. Y desde Trogo hasta hoy abundan las noticias relativas a cierta austera sencillez, y más aún, cierto chocante descuido que en España revisten varias formas de la vida. Basta recordar que durante los siglos que afluían a la península todos los metales preciosos del Nuevo Mundo, los extranjeros encuentran nuestras casas amuebladas más modestamente que las francesas, las comidas muy parcas, incómodas las aulas universitarias donde los estudiantes tienen que escribir sobre las rodillas, nuestros mesones muy inhospitalarios, la urbanización de Madrid muy deficiente, lo cual tenía preocupado a Felipe II...; un tipo de vida, en fin, poco esmerado en la comodidad. Es decir, que todas las riquezas que ganaban los indianos y las que anualmente traían las flotas del Estado, no eran aplicadas por los españoles al bienestar y regalo de la vida privada ni a la suntuosidad, o, al menos, a suficiente arreglo de la vida urbana. Y el español de hoy puede también contentarse con poco. Continuamente presenciamos ejemplos vulgares en la vida cotidiana donde vemos juntos la sobriedad y el trabajo intenso que ya Trogo emparejaba. El más humilde de esos ejemplos, el segador de nuestros campos, ofrece un asombroso especimen de la dura omnibus et adstricta parsimonia: bajo el calor más sofocante del verano sin otro refresco que el agua tibia del botijo, mal vestido y mal comido, parece carecer de todo menos de conformidad, de alegría y de esfuerzo. Esta inatención a las necesidades materiales, de la cual tratamos, se conforma con la doctrina de Séneca: No es pobre el que tiene poco sino el que ambiciona más, porque las necesidades naturales son muy reducidas, en tanto que las de la vana ambición son inagotables. El español, duro para soportar privaciones, lleva dentro de sí el sustine et abstine, resiste firme y abstente fuerte, norma de la sabiduría que coloca al hombre por cima de toda adversidad; lleva en sí un particular estoicismo instintivo y elemental; es un senequista innato. Por eso el pensamiento filosófico español, en el curso de los siglos, se inspiró siempre en Séneca como en autor propio y predilecto. Mucho le debe, ciertamente, y a la vez también mucho debe Séneca, acendrador del estoicismo, al hecho de haber nacido en familia española. En virtud de este senequismo espontáneo, el español, por lo mismo que soporta con fuerte conformidad toda carencia, puede resistir las codicias y la perturbadora solicitación de los placeres; le rige una fundamental sobriedad de estímulos que le inclina a cierta austeridad ética, bien manifiesta en el estilo general de la vida : habitual sencillez de costumbres, noble dignidad de porte notada aún en las clases más humildes, firmeza en las virtudes familiares. Los móviles más profundamente naturales conservan intacto su vigor en el pueblo hispano, a modo de una integral reserva humana, frente al continuo peligro del desgaste degenerante que amenaza a otros pueblos mas atosigados por los goces y disfrutes de la civilización."

viernes, 13 de marzo de 2009

Ortega y Gasset; Fragmento de El Espectador I, Febrero-marzo 1916.

"De todas las enseñanzas que la vida me ha proporcionado, la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de que la especie menos frecuente sobre la Tierra es la de los hombres veraces. Yo he buscado en torno, con mirada suplicante de náufrago, los hombres a quienes importase la verdad, la pura verdad, lo que las cosas son por sí mismas, y apenas he hallado alguno. Los he buscado cerca y lejos, entre los artistas y entre los labradores, entre los ingenuos y los "sabios". Como Ibn-Batuta, he tomado el palo del peregrino y hecho vía por el mundo en busca, como él, de los santos de la Tierra, de los hombres de alma especular y serena que reciben la pura reflexión del ser de las cosas. ¡Y he hallado tan pocos, tan pocos, que me ahogo!".
Si: congoja de ahogo siento, porque un alma necesita respirar almas afines, y quien ama sobre todo la verdad necesita respirar aire de almas veraces. No he hallado en derredor sino políticos, gentes a quienes no interesa ver el mundo como él es, dispuestos sólo a usar de las cosas como les conviene. Política se hace en las academias y en las escuelas, en el libro de versos y en el libro de historia, en el gesto rígido del hombre moral y en el gesto frívolo del libertino, en el salón de las damas y en la celda del monje. Muy especialmente se hace política en los laboratorios; el químico y el histólogo llevan a sus experimentos un secreto interés electoral. En fin, cierto día ante uno de los libros más abstractos y más ilustres que han aparecido en Europa desde hace treinta años, oí decir en su lengua al autor: Yo soy ante todo un político. Aquel hombre había compuesto una obra sobre el método infinitesimal contra el partido militarista triunfante en su patria.
Hace falta, pues, afirmarse de nuevo en la obligación de la verdad, en el derecho de la verdad."