martes, 17 de agosto de 2010

¿Qué es un amigo?

Entrevista disponible en YouTube del periodista Soler Serrano al músico argentino de folklore Atahualpa Yupanki. Está hablando de los gauchos allá en la Argentina y de algunos recuerdos de hace ya casi cien años. La entrevista es muy interesante, son siete videos de unos siete minutos cada uno. Aquí solo reproduzco un fragmento.


jueves, 3 de junio de 2010

El estar y el bienestar. - La "necesidad" de la embriaguez. - Lo superfluo como necesario. - Relatividad de la técnica; Ortega y Gasset


[Fragmento de la lección II de su libro Meditación de la Técnica. En la lección I, Ortega establece lo que considera diferencia esencial entre las necesidades humanas y animales. El animal vive solidario con la naturaleza, es naturaleza y está en ella, mientras que el hombre es naturaleza en la parte que a ella le toca, pero esa otra parte del hombre que no lo es, rechaza radicalmente la naturaleza donde se aloja el animal y tiene que inventarse un mundo para sostener su existencia.

Recordemos que esta conferencia, si no me equivoco, fue pronunciada el año 1933]


"Tan antiguos como los inventos de utensilios y procedimientos para calentarse, alimentarse, etc., son muchos otros cuya finalidad consiste en proporcionar al hombre cosas y situaciones innecesarias en ese sentido. Por ejemplo, tan viejo y tan extendido como el hacer fuego es el embriagarse - quiero decir, el uso de procedimientos o sustancias que ponen al hombre en estado psicofisiológico de exaltación deliciosa o bien de delicioso estupor -.
La droga, el estupefaciente es un invento tan primitivo como el que más. Tanto, que no es cosa clara, por ejemplo, si el fuego se inventó primero para evitar el frío - necesidad orgánica y condición sine qua non - o más bien para embriagarse.
Los pueblos más primitivos usan las cuevas para encender en ellas fuego y ponerse a sudar en forma tal que entre el humo y el exceso de temperatura caen en trance de cuasi embriaguez. Es lo que se ha llamado las "casas de sudar". Resulta inacabable la lista de procedimientos hipnóticos, fantásticos, es decir, productores de imágenes deliciosas, de excitantes que dan placer al ejercitar un esfuerzo. Así, entre estos últimos, el "Kat" del Yemen y Etiopía, que hace grato el andar cuanto más se anda por los efectos de aquella sustancia en la próstata. Entre lo "fantástico" recuérdese la coca del Perú, el beleño, el estramonio o datura, etcétera.


Parejamente discuten los etnólogos si es el arco de caza y guerra o el arco musical la forma primitiva del arco. La solución del debate no es cosa que ahora nos importe. El simple hecho de que quepa discutirlo demustra que, sea o no el musical el arco originario, aparece entre los instrumentos más primitivos. Y esto nos basta.
Por que ello nos revela que el primitivo no sentía menos como necesidad el proporcionarse ciertos estados placenteros que el satisfacer sus necesidades mínimas para no morir; por lo tanto, que desde el principio el concepto de "necesidad humana" abarca indiferentemente lo objetivamente necesario y lo superfluo. Si nosotros nos comprometiésemos a distinguir cuales de entre nuestras necesidades son rigorosamente necesarias, ineludibles, y cuales superfluas, nos veríamos en el mayor aprieto. Pues nos encontraríamos: 1º. Con que, ante las necesidades que pensando a priori parecen más elementales e ineludibles -, tiene el hombre una elasticidad increíble. No solo por fuerza, sino hasta por gusto, reduce a límites increíbles la cantidad de alimento y se adiestra a sufrir fríos de una intensidad superlativa. 2º. En cambio, le cuesta mucho o, sencillamente, no logra prescindir de ciertas cosas superfluas(*) y cuando le faltan prefiere morir. 3º De donde se deduce que el empeño del hombre por vivir, por estar en el mundo, es inseparable de su empeño de estar bien. Más aún: que vida significa para él no simple estar, sino bienestar, y que solo siente como necesidades las condiciones objetivas del estar, porque este, a su vez, es supuesto del bienestar. El hombre que se convence a fondo y por completo de que no puede lograr lo que él llama bienestar, por lo menos una aproximación a ello, y que tendría que contentarse con el simple y nudo estar, se suicida.

El bienestar y no el estar es la necesidad fundamental para el hombre, la necesidad de las necesidades. Con lo cual llegamos a un concepto de necesidades humanas completamente distinto del que en la lección anterior topamos, y además opuesto al que, por insuficiente análisis y descuidada meditación, suele adoptarse. Los libros sobre técnica que he leído - todos indignos, por cierto, de su enorme tema (1) - comienzan por no hacerse cargo de que el concepto de "necesidades humanas" es el más importante para aclarar lo que es la técnica. Todos esos libros como no podía menos de ser, hacen uso de la idea de esas necesidades, pero como no ven su decisiva importancia, lo toman según está en la tópica ambiente.
Precisemos ,antes de proseguir, la situación a la que hemos llegado: en la lección anterior considerábamos el calentarse y el alimentarse como necesidades humanas, por ser condiciones objetivas del vivir, en el sentido de mero existir y simple estar en el mundo. Son, pues, necesarias en la medida en que sea al hombre necesario vivir. Y notábamos que, en efecto, el hombre mostraba un raro y obstinado empeño en vivir. Pero esta expresión, ahora lo advertimos, era equívoca. El hombre no tiene empeño alguno por estar en el mundo. En lo que tiene empeño es en estar bien. Sólo esto le parece necesario y todo lo demás es necesidad, sólo en la medida que haga posible el bienestar. Por lo tanto, para el hombre solo es necesario lo objetivamente superfluo. Esto se juzgará paradójico, pero es la pura verdad. Las necesidades biológicamente objetivas no son, por sí, necesidades para él. Cuando se encuentra atenido a ellas se niega a satisfacerlas y prefiere sucumbir. Sólo se convierte en necesidades cuando aparecen como condiciones del "estar en el mundo", que, a su vez, sólo es necesario en forma subjetiva; a saber, porque hace posible el "bienestar en el mundo" y la superfluidad. De donde resulta que hasta lo que es objetivamente necesario solo lo es para el hombre cuando lo es referido a la superfluidad. No tiene duda: el hombre es un animal para el cual sólo lo superfluo es necesario. Al pronto parecerá a ustedes esto un poco extraño y sin más valor que el de una frase, pero si repiensan ustedes la cuestión verán cómo por sí mismos, inevitablemente, llegan a ella. Y esto es esencial para entender la técnica.

La técnica es la producción de lo superfluo: hoy y en la época paleolítica. Es, ciertamente, el medio para satisfacer las necesidades humanas; ahora podemos aceptar esta fórmula que ayer rechazábamos, porque ahora sabemos que las necesidades humanas son objetivamente superfluas y que solo se convierten en necesidades para quién necesita el bienestar y para quien vivir es, esencialmente, vivir bien. He aquí por qué el animal es atécnico: se contenta con vivir y con lo objetivamente necesario para el simple existir. Desde el punto de vista del simple existir el animal es insuperable y no necesita la técnica. Pero el hombre es hombre porque para él existir significa desde luego y siempre bienestar; por eso es a nativitate técnico creador de lo superfluo. Hombre, técnica y bienestar son, en última instancia, sinónimos.

Otra cosa lleva a desconocer el tremendo sentido de la técnica: su significación como hecho absoluto en el universo. Si la técnica consistiese solo en una de sus partes - en resolver más cómodamente las mismas necesidades que integran la vida del animal y en el mismo sentido que puedan serlo para éste -, tendríamos un doblete extraño en el universo: tendríamos dos sistemas de actos - los instintivos del animal y los técnicos del hombre -, que siendo tan heterogéneos servirían, no obstante, la misma finalidad: sostener en el mundo al ser orgánico. Porque el caso es que el animal se las arregla perfectamente con sus sistema, esto es, que no se trata de un sistema defectuoso, en principio. No es ni más ni menos defectuoso que el del hombre.
Todo se aclara en cambio si se advierte que las finalidades son distintas: de un lado servir a la vida orgánica, que es adaptación del sujeto al medio, simple estar en la naturaleza; de otro, servir a la buena vida, al bienestar, que implica adaptación del medio a la voluntad del sujeto.
Quedamos, pues, en que las necesidades humanas lo son solo en función del bienestar. Sólo podremos entonces averiguar cuáles son aquellas si averiguamos qué es lo que el hombre entiende por su bienestar. Y esto complica formidablemente las cosas. Porque...vaya usted a saber todo lo que el hombre ha entendido, entiende o entenderá por bienestar, por necesidad de las necesidades - por la sola cosa necesaria de que hablaba Jesus a Marta y María. (María, la verdadera técnica para Jesus.)

Para Pompeyo no era necesario vivir, pero era necesario navegar, con lo cual renovaba el lema de la sociedad milesia de los aeinaûtai - los eternos navegantes -, a que Tales perteneció, creadores de un nuevo comercio audaz, una nueva política audaz, un nuevo conocimiento audaz: la ciencia occidental.
Hay el faquir, el asceta, de un lado; el sensual, el glotón por otro.
Tenemos, pues, que mientras el simple vivir, el vivir en sentido biológico, es una magnitud fija que para cada especie está definida de una vez para siempre, eso que el hombre llama vivir, el buen vivir o bienestar, es un término siempre móvil, ilimitadamente variable. Y como el repertorio de necesidades humanas es función de él, resultan estas no menos variables, y como la técnica es el repertorio de actos provocados, suscitados por e inspirados en el sistema de esas necesidades, será también una realidad proteiforme, en constante mutación. De aquí que sea vano querer estudiar la técnica como una entidad independiente o como si estuviera dirigida por un vector único y de antemano conocido.

La idea del progreso, funesta en todos los órdenes cuando se la empleó sin críticas, ha sido aquí también fatal. Supone ella que el hombre ha querido, quiere y querrá siempre lo mismo, que los anelos vitales han sido siempre idénticos y la única variación a través de los tiempos ha consistido en el avance progresivo hacia el logro de aquel único desideratum. Pero la verdad es todo lo contrario: la idea de vida, el perfil del bienestar se ha transformado innumerables veces, en ocasiones tan radicalmente, que los llamados progresos técnicos eran abandonados y su rastro perdido. Otras veces - conste -, y es casi lo más frecuente en la historia, el inventor y la invención eran perseguidos como si se tratase de un crimen.
El que hoy sintamos en forma extrema el prurito opuesto, el afán de invenciones, no debe hacernos suponer que siempre ha sido así. Al contrario, la humanidad ha solido sentir un misterioso terror cósmico hacia los descubrimientos, como si en estos, junto a sus beneficios, latiese un terrible peligro. Y en medio de nuestro entusiasmo por los inventos técnicos, ¿no empezamos a sentir algo parecido? Sería de enorme y dramática enseñanza hacer una historia de las técnicas que, una vez logradas y pareciendo "adquisiciones eternas" - ktesis eis aeí -, se volatilizaron, se perdieron por completo."

(1) El único libro que, insuficiente también en lo que se refiere al problema general de la técnica, he podido aprovechar en uno o dos puntos es el Golt-Lilienfeld: Wirtschaft und Technik."
(*) [Parece que "superfluas" debería ir entrecomillado]

jueves, 4 de marzo de 2010

Jesucristo como expresión caritativa de Dios; José Camón Aznar.

[Fragmento de su libro "Dios en San Pablo".]

"Nuestra redención la procura la salvación ajena. Hay en esta caridad un anticipo del futuro inmortal. Porque la caridad incluye a su tema en nuestra personalidad. Al dar, queda incorporado a nuestro espíritu el objeto de la dación. Sólo se supera una cosa después de poseerla. Y la manera de hacer innocuo este mundo tan trágico consiste en convertirlo en criatura nuestra, al acercarnos a él con ánimo caritativo. La caridad es siempre mutua. En nuestra compasión sólo pueden participar aquellos seres capaces de padecer nuestras ansias. Se amplía así fabulosamente nuestra capacidad de magnificación, pues delante de nosotros - es decir, en el seno de Dios - no contamos más que con signos positivos que con sólo nuestro deseo acuden a insertarse en nuestra esencia. Y al ser nosotros objeto de la caridad de Dios, también Él participa de la nuestra.
Con el amor de caridad todo es trascendente. Todo sale de sí para volver con el botín del ser implorante. Allí hasta donde alcanza nuestro óbolo alcanza nuestra comprensión, es decir, nuestro mismo ser. "Llamaré al que no era mi pueblo pueblo mío. Y a lo no amado, amado.", dice Oseas en cita de San Pablo. Todo se unifica así en la posesión caritativa. No hay extrañezas que con intuición de caridad no podamos compartir. Y así resulta nuestra fraternidad hacia todas las cosas, porque al haberlas incorporado con amor de caridad, el espíritu ha franqueado las puertas abiertas por nuestras manos. "Vence al mal con el bien" (Epístola a los Rom., cap.12, vers. 21.) Ésta es la paz de los hombres de buena voluntad. Una activa emulación de caridades, una anelante pesquisa de miserias.

En esta tan desatada locura de caridades del cristiano paulino tendremos que apoyarnos en el mal como escala de perfección. Tendremos que rodearnos de insuficiencias ajenas que colmar para que así rebase nuestra copa. Este exceso de la caridad que requiere torpezas y miserias sobre las que derramarnos, lo carga el Apostol al mismo Dios. La creación queda así explicada, en función de la caridad, como un aliciente de compasión que sin ella le estaba vedado al Creador. Y surge el Génesis. Y con las criaturas, la posibilidad de llevar a su último extremo esta compasión: hasta el mismo martirio y muerte de Dios.
Así Dios se recibe a sí mismo desclavado de una cruz, descansando sobre sus propias rodillas maternas su cuerpo incierto y afrentado. Y, en su virtud de caridad, Dios ha permitido ser victimado en un trance que el entendimiento, exhausto de ardor de comprensión, no puede intuir: negándose a sí mismo. "Dios encerró en incredulidad a todas las cosas para tener misericordia de todos." (Epístola a los Rom., cap. 11, vers. 32.) Y así, hecho hombre, tanteando los muros de su propia obra, Dios se sugiere a sí mismo una compasión que llega a destruir la luz para perdonar y tener caridad de las tinieblas. Dios es víctima de su propia caridad, que lo levanta maltratado y en la forma del Hijo sobre todas las inmundicias de la Tierra.

Al provocar en nosotros actuaciones misericordiosas, la caridad nos asemeja a la única forma posible de actividad humana de Dios. Sus movimientos desarrollan criaturas, en las que se consume el amor a su Hijo. Al insertar en nuestro corazón a los patéticos seres que reclaman nuestra misericordia, hacemos gestos de Génesis. Nos encontramos entonces con una fraterna recepción en los cielos de Dios. Nuestra consciencia se ha manifestado propicia para rebajarse a la pequeñez de los caridados. Tanta será nuestra capacidad de Dios como sea nuestro fervor por disminuirnos en las miserias ajenas. Esta transmutación en tinieblas, esta anulación en la maldad capaz de redención, ¿será quizá esa "noche oscura del alma", esa angustia del perecimiento total que los místicos han sentido antes de ver de frente y enbriagada de amor la faz de Dios? La razón ha topado con el misterio del no ser. Podemos proyectar una divinidad de signo positivo, cuyos más incesantes nos desvanezcan en su desmesurada vastedad. Pero no podemos imaginar un Creador cuya tarea eterna como su esencia, sea el descenso hacia todo lo mínimo. La creación de criaturas lastimadas, cuya compasión lo inclinen hacia esas miserias. Y, sin embargo, así es. Y sólo después de esta caída, hecho un dolor con ellas, Dios se reconoce en su Hijo. Es disciplina de amor exhaustivo lo que Cristo enseña. No hay sendero de angustia que no lleve las huellas de sus pies.