miércoles, 25 de noviembre de 2009

El joven Zubiri por Julián Marías, maestro de los que saben

[Artículo publicado en la Tercera de ABC el 18 de Febrero de 1998]

"Se cumple un siglo del nacimiento de Xavier Zubiri, mi primer maestro de filosofía, mi amigo de tantos años. Lo conocí en octubre de 1931, en su cátedra de la admirable Facultad de Madrid. Con una sotana pulquérrima, sin haber cumplido treinta y tres años, volvía a ser profesor después de dos años de estudios con Heidegger en Alemania. Hablaba rápida y nerviosamente, sin ahorrar dificultades, con pasión y rigor. Leíamos la Monadología de Leibniz; como yo estudiaba además Ciencias, me decía a veces:«Usted, joven matemático, lo entenderá bien.» Yo tenía diecisiete años. Hicimos pronto excelente amistad, y en ocasiones íbamos a merendar juntos y a ver una película policiaca o de espionaje, o a husmear en librerías de viejo, como dos compañeros –es lo que parecía–. Algún tiempo después, por las frecuentes vejaciones o agresiones, el obispo autorizó a los sacerdotes a usar traje seglar, y Zubiri vistió siempre impecables trajes muy oscuros.

A lo largo de los años he tenido discrepancias filosóficas con Zubiri y algunas decepciones personales, pero mi recuerdo vuelve siempre a aquellos años de juventud, de los que tengo viva nostalgia. Zubiri era un hombre de extraordinario talento, de conocimientos que me atrevo a calificar de excesivos, porque de nada se debe abusar. Era un extraordinario historiador de la filosofía, y mostraba con increíble penetración y hondura el pensamiento cristiano, del que suelen hablar con desprecio los ignorantes deseosos de «hacer méritos». Me aconsejó desde el principio leer la Metafísica de Aristóteles –en la traducción italiana de Armando Carlini, reservando para el curso siguiente el griego y Ortega–.
Seguí con entusiasmo todos sus cursos. En diciembre de 1935 me anunció que no enseñaría desde enero, porque se iba a Roma a resolver su situación eclesiástica y casarse canónicamente con Carmen Castro. Me leyó el manuscrito de su espléndido ensayo «En torno al problema de Dios», que se publicó después en la Revista de Occidente. Desde el año anterior me había pedido colaborar en Cruz y Raya. Por su ausencia, en Roma y desde el comienzo de la guerra civil en París, no estuvo en mi examen de Licenciatura.
Yo tomaba notas de sus cursos; me pedía los cuadernos en que los retenía; nunca me los devolvió. Volvió a España al empezar la Guerra Mundial; por dificultades eclesiásticas, no políticas, no pudo seguir enseñando en Madrid y fue trasladado por dos años a la Universidad de Barcelona; no se sintió cómodo, pidió la excedencia y volvió a Madrid sin cátedra; dio cursos privados, a los cuales asistí siempre, salvo alguna estancia en los Estados Unidos.
En 1944 publicó Zubiri su libro Naturaleza, Historia, Dios –una espléndida colección de ensayos que comenté con entusiasmo, el libro que prefiero entre todos los suyos–. El trabajo final, El ser sobrenatural, me parece un admirable estudio teológico, con asombroso conocimiento de la teología de San Pablo y de los Padres de la Iglesia, sobre todo griegos; al final de su vida le propuse a Zubiri hacer una edición separada, para que pudiera aprovecharse en todo su valor.
Cuando íbamos a casarnos Lolita y yo nos escribió una admirable carta sobre el matrimonio, que le dimos a leer a nuestro hijo mayor cuando al cabo de los años iba a casarse. Zubiri fue director de mi tesis doctoral La filosofía del P. Gratry, pero no asistió al acto en que fue «suspendida» en enero de 1942, en uno de los momentos más increíbles por que pasó la Universidad española.
En el verano de 1955, cuando pasé diez días en el Château de Cérisy en una reunión de filósofos europeos con Heidegger, recordé sus años de convivencia con Zubiri y le propuse mandarle una postal. Me dijo:«Y otra a Ortega.» Escribimos y firmamos las dos postales, y las enviamos a Madrid. Ortega murió unos meses después.
Recuerdo muy bien que un día llegué a la Revista de Occidente; estaban juntos Ortega y Zubiri; me dijeron: «Estábamos hablando de usted y de la suerte que había tenido al no ir a estudiar a Alemania.»
La última larga conversación que tuve con Zubiri fue en el despacho que tenía en lo que era el Banco Urquijo y ahora es Ministerio de Cultura; al final se unió a ella mi hijo mayor, Miguel. Fue particularmente interesante, y tuve la impresión de que había algo de balance y vuelta a aquellos años ya tan remotos.
Me enteré de la muerte de Zubiri de un modo extraño. Volé del Brasil a Costa Rica, en 1983. En el aeropuerto de San José me esperaba el embajador de España, que mencionó de pasada «la muerte de Zubiri»; tuve una sorpresa dolorosa, y se me actualizaron de repente tantos años de nuestras vidas. Muchos años atrás le había dedicado mi introducción a la traducción de la Política de Aristóteles con las palabras que el Dante refiere al filósofo griego: «A Zubiri, "maestro di color che sanno", maestro de los que saben.» Lo era, en grado eminente, quizá, ya lo he dicho, excesivo. Mi esperanza en él era enorme, tal vez distinta de lo que fue su realidad. Hay que recordar la honda fórmula de Dilthey: «La vida es una misteriosa trama de azar, destino y carácter.» De su equilibrio dependen muchas cosas.
Ortega había nacido en 1883; Zubiri en 1898; yo en 1914: tres generaciones, exactamente. En un libro de los que creo que no se deben publicar, compuestos de los papeles privados de autores muertos, encuentro una anotación de Ortega, escrita en Lisboa hace cincuenta y cinco años, que me conmueve profundamente. Dice así: «Mi hijo José que desde hace unos años dirige las ediciones de la "Revista de Occidente" –de quien sólo queda en el aire el nombre– quería publicar la segunda edición de la Historia de la filosofía compuesta por Julián Marías, discípulo de Javier Zubiri y mío. Marías rogó a mi hijo que me pidiese unas páginas de epílogo. Como el libro lleva ya un prólogo de Zubiri nos reuníamos en él tres generaciones de hombres que con continuidad desusada y en estrecha relación personal se han ocupado en el desnudo e implacable mediodía de Madrid, bajo los cierzos de la vecina serranía, de intentar hacer filosofía. Íbamos, pues, a aparecer juntos y confundidos en un solo libro, simbólicamente entreverados y mixtos, –porque, en efecto, el único lío que nos hemos hecho los tres es no saber ya si somos cada cuál de los otros dos discípulos o maestros.»
El libro apareció con el prólogo y un largo epílogo. Yo lo he tenido siempre muy claro. Hace muchos años escribí: «La fidelidad a un maestro, lo que podríamos llamar filiación legítima, no puede ser más que innovación. Por eso, la relación de un pensamiento con el de un maestro podría reducirse a esta fórmula, que es válida para la relación de cualquier filosofía con todo el pasado filosófico: inexplicable sin él, irreductible a él.» "

lunes, 23 de noviembre de 2009

Antonio Gómez Peréira. Siglo XVI

"nosco me aliquid noscere, et quidquid noscit, est, ergo ego sum"; "conozco que yo conozco algo, todo el que conoce existe, luego yo existo"

miércoles, 24 de junio de 2009

Fragmento de la conferencia España; G. Bueno 1998

[El siguiente fragmento reproduce textualmente, con algunos saltos sin pérdida de generalidad, el final de una conferencia pronunciada por Bueno en Asturias con motivo del X aniversario de la asociación de hispanismo filosófico el 14 de Abril del año 1998. El texto parece más que revelador. Para el que quiera escuchar la conferencia completa, está diponible en youtube. aquí]



"...España sigue siendo católica y América también, que una cosa es que el consenso constitucional haya dicho que es una confesión más, los anabaptistas, los testigos de Jehová etc, que tiene algunos privilegios fácticos como hemos visto hace unos días en las procesiones de semana santa, pero lo cierto es que España es católica, sociológicamente católica y América también. Entonces el problema, yo creo que hay que plantearlo de otro modo, el problema es: si España no fuera católica o para los que no lo son, qué significa la presencia del catolicismo una vez purificado de sus elementos que no son religiosos si no que son la religión civil, que decía Barrón, como pueden ser las procesiones de semana santa, es decir, alguien que no es católico ni creyente qué puede recoger, qué puede decir que queda del catolicismo, es decir hasta qué punto debe a ese catolicismo y únicamente a él ciertos valores que son actualmente y que puede compartir con los católicos. Yo por mi parte no puedo hacer aquí ninguna encuesta ni nada de eso, pero por mi parte y deduciendo sencillamente desde la perspectiva que he llevado adelante, me atrevería a decir lo siguiente: que el catolicismo actual español, se define principalmente frente a dos cosas, frente a los protestantes y frente al Islam ¿en qué?, pues por ejemplo, frente a los protestantes, en la crítica al fondo, que a mi me parece que es una idea totalmente católica, la critica al fondo del concepto de conciencia subjetiva, del libre exámen que tantos clérigos postconciliares andan con ella y tantos objetores de conciencia como concepto puramente metafísico, concepto luterano. No hay conciencia subjetiva, esto es un mito. La conciencia es objetiva y unicamente cuando se dan razones es presentable al público. Yo no admito que nadie me diga yo no voy al ejercito porque tengo objeción de conciencia, me está insultando, porque yo fui al ejercito, yo no puedo tolerar esto, que me de razones, no hay objeción de conciencia subjetiva, la objeción de conciencia es de tradición protestante.
Entonces yo creo que la tradición católica obliga realmente a plantear las cosas de otro modo, la tradición católica obliga también a mantener el gusto por la teología y por la filosofía escolástica, el gusto por la teología frente a la teología mistica, el gusto por el razonamiento, el deslindamiento escrupuloso que hizo Suárez, el primer monumento a las disputaciones en donde la filosofía queda totalmente separada de la teología y distingue perfectamente lo que es una cosa y otra como ya lo distinguió Santo Tomás, en donde la teología natural no tiene nada que ver con la teología revelada y en donde la teología es un modo de transformar y de educar a todo el mundo, a todos los creyentes, en un tipo de actitud que es totalmente diferente de ese pietismo nebuloso absurdo que está a dos pasos del nihilismo, está a dos pasos del holocausto sencillamente.
La segunda parte es la lucha contra el Islam ¿y qué hay del catolicismo contra el Islam? Yo aquí subrayaría, en la perspectiva filosófica, subrayaría esto: la defensa de la racionalidad como ligada al cuerpo individual es una idea católica fundamental, es la idea de la resurrección de la carne de la individuación materia signata cuantitate, es decir, no es el alma, es el cuerpo individual, es una doctrina católica, estrictamente católica, anticartesiana completamente y antihansenista en donde la individuación es el alma, no, la individuación es el cuerpo y por consiguiente la razón no viene de un entendimiento agente, universal, viene del entendimiento individual que está ligado a las manos, al cuerpo, la razón es manual, es operatoria. Yo atribuyo a esta doctrina que nosotros mantenemos, la teoría de la razón operatoria, es una doctrina católica realmente, en el fondo es católica y por tanto la oposición del catolicismo al islamismo y al protestantismo la estamos viendo continuamente ahora no solamente en el tercer mundo islámico, porque el tercer mundo es el fanatismo, como sabemos y de hecho al principio, volviendo y anudando con el punto de partida, que la guerra de la reconquista en Asturias fue la lucha contra los politeístas porque la idea cristiana de Dios, Padre, Hijo y Espiritu Santo es una idea pluralista que recoge la idea de la materia del materialismo pluralista frente al monoteísmo fanático de estirpe aristotélica musulmana, fanatismo que estamos viendo estos días en la guerra santa y la lucha contra el protestantismo la estamos viendo literalmente en los imperios depredadores, en el imperio por antonomasia diría el imperio de Estados Unidos, el imperio por antonomasia como llaman en América latina en donde la lucha por ejemplo de los zapatistas es la lucha de los protestantes contra los católicos y no hay que engañarse, es la penetración en Cuba, en Méjico etc de todas las confesiones protestantes que quieren precisamente introducir el inglés precisamente contra España y entonces hay que saber que no hay armonía universal, que estamos en lucha permanente y que ignorar esto es estar en la higuera completamente.
Yo diría que lo que queda realmente del imperio, lo que queda vivo, presente, actuante en nosotros del imperio católico es, no ni siquiera un modo de ser, como diría Ortega, porque no hay modos de ser, hay muchos, si no más bien, para utilizar también la distinción característica española, es un modo de estar, lo que caracteriza o puede caracterizar a los españoles de hoy es un modo de estar, ¿en qué consiste este estar?, yo lo definiría, no en replegarse hacia su historia o hacia su sustancia para tratar de sacar de ella la sabiduría o la razón o la conducta, sino estar viendo continuamente con los ojos abiertos hacia afuera tratando de asimilarlo todo, de digerirlo todo, expelerlo todo etc, es decir de estar controlando absolutamente todo y estar a la espera de que en cualquier momento podamos tener la oportunidad de intervenir en una acción realmente universal."

domingo, 14 de junio de 2009

Las Piedras Negras; Miguel Delibes.

[Reproduzco uno de los capítulos de la novela de Miguel Delibes, Viejas historias de Castilla la Vieja.
Muy bueno el capítulo de este libro de Delibes "La caza de la perdiz roja", quizá el mejor, que por su extensión no he sacado aquí.]

"Próximo a Pimpollada, sin salirse del páramo, según se camina hacia Navalejos, en la misma línea del tendido, se observa en mi pueblo un fenómeno chocante: lo que llamamos de siempre las Piedras Negras. En realidad, no son negras las piedras, pero comparadas con las calizas, albas y deleznables, que, por lo regular, abundan en la comarca, son negras como la pez. A mí siempre me intrigó el fenómeno de que hubiera allí una veta aislada de piedras de granito que, vista en la distancia - que es como hay que mirar las cosas de mi pueblo - parece un extraño lunar. Allí fue donde me subió mi tío Remigio, el cura, el que fue compañero de seminario de don Justo del Espíritu Santo, en Valladolid, la vez que vino por el pueblo a casar a mi prima Emérita con el veterinario de Malpartida. Yo le dije entonces a bocajarro: "Tío, ¿qué es la vocación?" Y él me respondió: "Una llamada". Y yo le dije: "¿Cómo siente uno esa llamada?" Y él me dijo: "Nada de eso; confía en la misericordia de Dios".
Mi tío Remigio era muy nervioso y movía siempre una pierna porque sentía como corrientes y en ocasiones, cuando estaba confesando, tenía que abrir la puerta del confesionario para sacar la pierna y estirarla dos o tres veces. Mi tío Remigio era flaco y anguloso y nada había redondo en su cuerpo fuera de la coronilla y cuando yo le pregunté si se sabía cura desde chico, tardó un rato en contestar y al ´fin me dijo: "Yo oí la voz del señor cazando perdices con reclamo para que lo sepas". Yo me quedé parado, pero, al día siguiente, el tío Remigio me dijo: "Vente conmigo a dar un paseo". Y pian pianito nos llegamos a las Piedras Negras. Él se sentó en una de ellas y yo me quedé de pie, mirándole a la cara fijamente, que era la manera de hacerle hablar. Entonces él, como si prosiguiera una conversación, me dijo: "Yo nunca había cazado perdices con reclamo y una primavera le dije a Patrocinio, el guarda: 'Patro, tengo ganas de cazar perdices con reclamo'. Y él me dijo: 'Aguarda a mayo y salimos con la hembra'. Y yo le dije: '¿La hembra?' Y él me dijo: 'Es el celo, entonces, y los machos acuden a la hembra y se pelean por ella'. Y de que llegó mayo subimos y en un periquete, sobre estas mismas piedras, hizo él un tollo con cuatro jaras y nos encerramos los dos en él, yo con la escopeta, vigilando. Y, a poco, él me dijo: '¿No puedes poner quieta la pierna?' Y yo le dije: 'Son los nervios'. Y él me dijo: 'Aguántalos, si te sienten no entran'. Y la hembra, enjaulada a veinte pasos de la mirilla, hacía a cada paso: 'Co-re-ché, co-re-ché'. Entonces me gustaban mucho las mujeres y a veces me decía: '¿Qué puede hacer uno para librarse de las mujeres ?' Y cuando la hembra ahuecó la voz, Patrocinio me susurró al oído: 'Ojo, ya recibe...¿No puedes poner quieta la pierna?' De frente, a la derecha de mi campo visual apareció un macho majestuoso. Patrocinio me susurró al oído: '¡Tira!' Pero yo apunté y bajé luego la escopeta Y me dijo Patrocinio '¡Tira! ¿A qué demontres aguardas?' Volví a armarme y apunté cuidadosamente a la pechuga del macho de perdiz. '¡Tira! volvió a decirme Patrocinio, pero yo bajé de nuevo la escopeta. 'No puedo; sería como si disparase contra mí mismo'. Él entonces me arrebató el arma de las manos, apuntó y disparó, todo en un segundo.
Yo había cerrado los ojos y cuando los abrí el macho aleteaba impotente a dos pasos de la jaula. Al salir del tollo me dijo Patrocinio de mal humor: 'Esa pierna adelantarías más cortándola'. Pero yo sentí nauseas y pensaba: 'Ya se lo que he de hacer para que las mujeres no me dominen'. Y así es como me hice religioso.
Yo tenía la boca seca y escuchaba embobado y al cabo de un rato le dije a mi tío Remigio: "Pero en la jaula era la hembra la que estaba encerrada, tío".
A mi tío Remigio le brillaban mucho los ojos, dio dos pataditas al aire y me dijo: "¿Qué más da, hijo? Lo importante es poner pared por medio".

lunes, 30 de marzo de 2009

Sobre el aborto; Julián Marías

[Artículo publicado en ABC, posiblemente hace unos quince años. Julián Marías falleció el día 15 de Diciembre del año 2005.]



"La espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten «por fe»; se entiende, por fe en la ciencia. Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer. Esta visión ha de fundarse en la distinción entre «cosa» y «persona», tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre «qué» y «quién», «algo» y «alguien», «nada» y «nadie». Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «¿qué pasa?» o ¿qué es eso?». Pero si oigo unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntaré «¿qué es?», sino «¿quién es?». Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical «innovación de la realidad»: la aparición de una realidad «nueva». Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter viene de ahí y no es rigurosamente nuevo. Diremos que «lo que» el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es «reductible» a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, en muchos sentidos «única», pero al fin una cosa. Su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante. «Lo que» es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero «el hijo» no es «lo que» es. Es «alguien». No un «qué», sino un «quién», a quien se dice «tú», que dirá en su momento «yo». Y es «irreductible a todo y a todos», desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir «yo» se enfrenta con todo el universo. Es un «tercero» absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre. Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre se dice una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a a tener un niño»; no dice «tengo un tumor». El niño no nacido aún es una realidad «viniente», que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteroesclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma). A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte.Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal «no debe vivir», ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno. Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la «hembra embarazada»), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto. Se habla de la «mujer objeto» y ahora se piensa en el «niño tumor», que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo de su madre, sino «alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre», ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y por la fuerza me lo impiden. El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo uso del «quién», de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad. ¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso de «despersonalización», es decir, de «deshominización» del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana? Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final."

jueves, 26 de marzo de 2009

Residuos; Ortega y Gasset

"El síntoma de que algo es residuo - en Biología como en Historia - consiste en que no se comprende por qué está ahí. Tal y como aparece no sirve ya de nada y es preciso retroceder a otra época de la evolución en que se encuentra completo y eficiente lo que hoy es solo un muñón y un resto * "


" * Imagínese el conjunto de la vida primitiva. Uno de sus caracteres personales es la falta de seguridad personal. La aproximación de dos personas es siempre peligrosa, porque todo el mundo va armado. Es preciso, pues, asegurar el acercamiento mediate normas y ceremonias en que conste que se han dejado las armas y que la mano no va a tomar súbitamente una que se lleva escondida. Para este fin, lo mejor es que al acercarse cada hombre agarre la mano del otro, la mano de matar, que es normalmente la derecha. Este es el origen y esta la eficiencia del saludo con apretón de manos, que hoy, aislado de aquél tipo de vida, es incomprensible y, por tanto un residuo. [Véase sobre este carácter de residuo del saludo hoy habitual, la Meditación del saludo en El hombre y la gente.] "

martes, 17 de marzo de 2009

Sobriedad; Sobriedad material, sobriedad ética; Ramón Menéndez Pidal

[Párrafo de Ramón Menéndez Pidal del primer capítulo de su libro "Los españoles en la historia", escrito, creo, en 1951, libro que, a su vez, es el prólogo a su conocida Historia de España. Un punto de vista interesante: (entre corchetes las notas a pie de página). ¿Qué queda en España de ese español de antes o de ese habitante de la península de antes? ]


"Muchas veces se ha puesto en relación el complejo del carácter español con el suelo habitado. Unamuno insiste en ello: "el espíritu áspero y seco de nuestro pueblo, sin transiciones, sin términos medios, está en conexión intima con el paisaje y el terruño del la altiplanicie central, duro de líneas, desnudo de árboles, de horizonte ilimitado, de luz cegadora, clima extremado, sin tibiezas dulces" [Unamuno, Ensayos, I, Madrid 1916]. Pero tal relación no es válida respecto a cualidades que se dan fuera del paisaje de ambas Castillas. La sobriedad física se halla igualmente en la risueña y fértil Andalucía, y, para mí, la sobriedad es la cualidad básica del carácter español, que no depende de un determinismo geográfico castellano, y es tan general que, partiendo de ella, podemos comprender varias de las otras características que ahora nos importa notar.La más aguda descripción del carácter español en la antiguedad, la del galo
Trogo Pompeyo [Trogo Pompeyo, hisoriador romano del siglo I de origen galo, autor de una Historia Universal (Historiae Philipical), perdida, de la cual se conserva un Epítome hecho en el siglo II por Justino. El libro XLIV y último está dedicado a España] comienza diciendo que el hispano tiene el cuerpo dispuesto para la abstinencia y el trabajo, para la dura y recia sobriedad en todo; dura omnibus et adstricta parsimonia. Y desde Trogo hasta hoy abundan las noticias relativas a cierta austera sencillez, y más aún, cierto chocante descuido que en España revisten varias formas de la vida. Basta recordar que durante los siglos que afluían a la península todos los metales preciosos del Nuevo Mundo, los extranjeros encuentran nuestras casas amuebladas más modestamente que las francesas, las comidas muy parcas, incómodas las aulas universitarias donde los estudiantes tienen que escribir sobre las rodillas, nuestros mesones muy inhospitalarios, la urbanización de Madrid muy deficiente, lo cual tenía preocupado a Felipe II...; un tipo de vida, en fin, poco esmerado en la comodidad. Es decir, que todas las riquezas que ganaban los indianos y las que anualmente traían las flotas del Estado, no eran aplicadas por los españoles al bienestar y regalo de la vida privada ni a la suntuosidad, o, al menos, a suficiente arreglo de la vida urbana. Y el español de hoy puede también contentarse con poco. Continuamente presenciamos ejemplos vulgares en la vida cotidiana donde vemos juntos la sobriedad y el trabajo intenso que ya Trogo emparejaba. El más humilde de esos ejemplos, el segador de nuestros campos, ofrece un asombroso especimen de la dura omnibus et adstricta parsimonia: bajo el calor más sofocante del verano sin otro refresco que el agua tibia del botijo, mal vestido y mal comido, parece carecer de todo menos de conformidad, de alegría y de esfuerzo. Esta inatención a las necesidades materiales, de la cual tratamos, se conforma con la doctrina de Séneca: No es pobre el que tiene poco sino el que ambiciona más, porque las necesidades naturales son muy reducidas, en tanto que las de la vana ambición son inagotables. El español, duro para soportar privaciones, lleva dentro de sí el sustine et abstine, resiste firme y abstente fuerte, norma de la sabiduría que coloca al hombre por cima de toda adversidad; lleva en sí un particular estoicismo instintivo y elemental; es un senequista innato. Por eso el pensamiento filosófico español, en el curso de los siglos, se inspiró siempre en Séneca como en autor propio y predilecto. Mucho le debe, ciertamente, y a la vez también mucho debe Séneca, acendrador del estoicismo, al hecho de haber nacido en familia española. En virtud de este senequismo espontáneo, el español, por lo mismo que soporta con fuerte conformidad toda carencia, puede resistir las codicias y la perturbadora solicitación de los placeres; le rige una fundamental sobriedad de estímulos que le inclina a cierta austeridad ética, bien manifiesta en el estilo general de la vida : habitual sencillez de costumbres, noble dignidad de porte notada aún en las clases más humildes, firmeza en las virtudes familiares. Los móviles más profundamente naturales conservan intacto su vigor en el pueblo hispano, a modo de una integral reserva humana, frente al continuo peligro del desgaste degenerante que amenaza a otros pueblos mas atosigados por los goces y disfrutes de la civilización."

viernes, 13 de marzo de 2009

Ortega y Gasset; Fragmento de El Espectador I, Febrero-marzo 1916.

"De todas las enseñanzas que la vida me ha proporcionado, la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de que la especie menos frecuente sobre la Tierra es la de los hombres veraces. Yo he buscado en torno, con mirada suplicante de náufrago, los hombres a quienes importase la verdad, la pura verdad, lo que las cosas son por sí mismas, y apenas he hallado alguno. Los he buscado cerca y lejos, entre los artistas y entre los labradores, entre los ingenuos y los "sabios". Como Ibn-Batuta, he tomado el palo del peregrino y hecho vía por el mundo en busca, como él, de los santos de la Tierra, de los hombres de alma especular y serena que reciben la pura reflexión del ser de las cosas. ¡Y he hallado tan pocos, tan pocos, que me ahogo!".
Si: congoja de ahogo siento, porque un alma necesita respirar almas afines, y quien ama sobre todo la verdad necesita respirar aire de almas veraces. No he hallado en derredor sino políticos, gentes a quienes no interesa ver el mundo como él es, dispuestos sólo a usar de las cosas como les conviene. Política se hace en las academias y en las escuelas, en el libro de versos y en el libro de historia, en el gesto rígido del hombre moral y en el gesto frívolo del libertino, en el salón de las damas y en la celda del monje. Muy especialmente se hace política en los laboratorios; el químico y el histólogo llevan a sus experimentos un secreto interés electoral. En fin, cierto día ante uno de los libros más abstractos y más ilustres que han aparecido en Europa desde hace treinta años, oí decir en su lengua al autor: Yo soy ante todo un político. Aquel hombre había compuesto una obra sobre el método infinitesimal contra el partido militarista triunfante en su patria.
Hace falta, pues, afirmarse de nuevo en la obligación de la verdad, en el derecho de la verdad."

viernes, 27 de febrero de 2009

El Nombre de la Rosa - diálogo.



Adso de Melk: ¿Pero no es cierto que Santo Tomás ensalza el amor sobre todas las demás virtudes?

Fray Guillermo: Sí, el amor a Dios Adso, el amor a Dios.

Adso de Melk: ¿Y el amor a una mujer?

Fray Guillermo: De mujeres, Tomás de Aquino sabía bastante poco. Pero las escrituras son muy claras, los proverbios nos advierten que la mujer se apodera de la preciosa alma del hombre y el Eclesiastés nos dice; más amarga que la muerte es la mujer.

Adso de Melk: Sí, pero ¿qué opináis vos maestro?

Fray Guillermo: Bueno, claro está que no gozo del beneficio de tu experiencia, pero me cuesta convencerme a mí mismo de que Dios haya introducido un ser tan inmundo en la creación sin haberle dotado de alguna virtud, ¿mm?.

Qué pacífica sería la vida sin amor Adso, qué segura, qué tranquila….y qué insulsa.

sábado, 7 de febrero de 2009

Ortega y Gasset; Meditaciones del Quijote.

" Entre las varias actividades de amor solo hay una que pueda yo pretender contagiar a los demás: el afán de comprensión. Y habría henchido todas mis pretensiones si consiguiera tallar en aquella mínima porción del alma española que se encuentra a mi alcance algunas facetas nuevas de sensibilidad ideal. Las cosas no nos interesan porque no hayan en nosotros superficies favorables donde refractarse y es menester que multipliquemos los haces de nuestro espritu a fin de que temas innumerables lleguen a herirle. Llamase en un diálogo platónico a este afán de comprensión, "locura de amor" *.


* [Fedro, 265 b]"

jueves, 29 de enero de 2009

La contaminación mental; (Julián Marías)

[Artículo publicado en ABC el 18 de Febrero de 1993]


"La gente se preocupa ahora mucho por la contaminación (o lo que se llama con un latinismo tomado del inglés, "polución"). Es muy justificado y sería de desear que fuese eficaz. Lo que me sorprende es que esa preocupación afecta, sobre todo, a lo más distante, a lo que está más lejos de cada uno de nosotros, y disminuye a medida que nos vamos acercando a lo más profundo de nosotros mismos. Es razonable velar por la pureza del aire que respiramos, del agua que bebemos o en la que nos bañamos, de los alimentos que ingerimos.

La agudeza y gravedad de lo que las drogas hacen a nuestro organismo hace que también se sienta la inquietud por su uso, por la introducción en nuestros cuerpos de agentes que causan inauditas perturbaciones. Con ello nos vamos aproximando, desde las porciones más externas de nuestra circunstancia o mundo, a lo que está más cerca de nuestra verdadera realidad.

Pero hay algo todavía más próximo, que es nuestro repertorio de imágenes, estímulos, recuerdos, palabras y giros de la lengua, lo que constituye nuestro mundo psíquico, la porción más inmediata de nuestra circunstancia, aquello que no se distingue fácilmente del "yo" que cada uno de nosotros es. Lo que vemos y oímos por la calle, lo que leemos en libros, revistas y periódicos, lo que vemos y oímos en la radio y, sobre todo, en la televisión, va depositando en torno a nosotros una capa cada vez más espesa de interpretaciones de la realidad, recursos y orientaciones para nuestra conducta. Todo ello nos afecta incomparablemente más que lo que procede de los factores cósmicos, porque es mucho más cercano al núcleo de nuestra personalidad y llega directamente a ella, no de un modo difuso y solamente probable.

Sin embargo no es esto lo más grave. El hombre vive en el ámbito de la verdad, la necesita para entender la realidad, para orientarse en la vida y proyectarla. Las creencias y las ideas son lo más íntimo y cercano a nosotros, lo que más condiciona quiénes somos y quiénes podemos ser.

Ahora bien, una porción considerable de lo que oímos o leemos es falso, es una deformación de la realidad, y significa literalmente una polución o contaminación de ella. Frente a esto casi todo el mundo está indefenso. Es poco probable que la mayoría de las personas tenga la capacidad y el hábito de darse cuenta de ello; es aún más improbable que se les advierta. Lo más frecuente es que a cada estímulo falso sigan otros que lo refuercen y lo hagan arraigar.

A veces se trata simplemente de errores. Hay frecuente falta de inteligencia; más aún de responsabilidad; son innumerables los que hablan y escriben de asuntos que no conocen ni entienden. La inercia es muy fuerte: he comprobado mil veces que si alguien dice una estupidez, serán legión los que la repetirán, con lo cual se produce un efecto de acumulación, difícil de contrarrestar.

Si se hiciera un balance de lo que se lee o escucha en una semana, se comprobaría que las falsedades significan un porcentaje altísimo. La consecuencia es que son innumerables las personas que viven en "estado de error". Es lo que preocupaba a Feijoo en el siglo XVIII, y por eso dedicó su vida a combatir lo que llamaba "errores arraigados", principalmente supersticiones, falsas convicciones médicas, injustificadas nociones históricas. Me pregunto cual hubiera sido su actitud de haber vivido a fines del siglo XX.

Pero todo esto es relativamente secundario al lado de algo mucho más profundo y perturbador. Más que el error involuntario - aunque pueda ser culpable por ignorancia o frivolidad -, lo vedaderamente grave es la mentira, la distorsión deliberada de la realidad, su suplantación o desfiguración. Esta es la causa de la más peligrosa contaminación mental.

La mayor parte de nuestros contemporáneos sufren el asedio de ella; mejor dicho, todos sin excepción la padecemos; muchos carecen de defensas y sucumben a ella. Se dirá que siempre se ha mentido, que es un fenómeno universal y de todos los tiempos; lo que pasa es que los recursos con que esto se hace son incomparables con los de ninguna otra época. El analfabetismo, cuyos inconvenientes son visibles, era un instrumento pasivo de defensa; hasta hace unos decenios, nadie estaba expuesto a la radio y la televisión; faltaban las organizaciones de partidos o grupos análogos.

Creo que el derecho a expresarse, a hablar, incluso públicamente, a escribir, es demasiado importante para que se piense en suprimirlo o coartarlo. No es que hay derecho a mentir, pero hay el derecho de hablar aunque se mienta. Con una condición: que ello tenga las consecuencias oportunas.

En primer lugar, que se diga y se muestre, se descubra la falsedad y se la rectifique. Además, que esto traiga consigo el descrédito, el desprestigio del que ha mentido. En tercer lugar, que se lo considere como lo que es, un agente de contaminación mental. Y esto debe llevar consigo el apartamiento. A veces recibimos invitaciones para participar en un congreso, reunión, coloquio o mesa redonda. Lo primero que hay que preguntar es quiénes van a intervenir. Puede ocurrir que algunas de las personas participantes sean de incapacidad notoria, por falta de conocimiento o de las mínimas dotes exigibles, o por su reconocida irresponsabilidad. En este caso, puede preveerse que se va a producir una degradación del asunto tratado, con la consiguiente falta de prestigio y respeto para lo que pueda ser razonable. A veces se defienden buenas causas con tan malos argumentos, que las destruyen. Santo Tomás hablaba de los que defienden la verdad con tan pobres argumentos, que caen "in irrisionem infidelium". Si esto es previsible lo mejor es abstenerse.

Pero si se trata de la mentira, del falseamiento de la realidad, de la deliberada sustitución de lo que las cosas han sido o son por algo muy distinto, lo único decente es negarse resueltamente a toda complicidad. Es muy frecuente que por cualquier tipo de temor, por algún interés, por vanidad o por pasividad, personas estimables tomen parte en empresas colectivas en las cuales asumen el papel de cubrir con su prestigio una mercancía adulterada. Y no basta con la mera ausencia, con la disculpa, con alegar la falta de tiempo, las muchas ocupaciones o un catarro inoportuno. Es menester decir que no se quiere participar en algo que no lo merece, que no tiene las sufcientes garantías de decoro.

Se puede colaborar, y se debe, con personas de dotes muy modestas, de ninguna fama, siempre que se espere de ellas sinceridad, veracidad, reconocimiento de sus límites. Todos los tenemos. En la primera entrevista que tuve con un hombre muy inteligente y a quien como español debo gratitud, me dijo: "yo soy un hombre normal; tengo muchas lagunas". Le contesté: "¿Y quién no? Los que no las tienen es que tienen el mar Caspio".

Cuando alguien miente, sobre todo si es en asunto grave y con efectos públicos hay que abstenerse de todo trato intelectual con él, no hay que prestarle ningún apoyo ni colaboración para que lleve adelante - en la política, en los medios de comunicación, en la vida intelectual, en la convivencia - su campaña de contaminación mental. A veces es difícil respirar físicamente; peor es no poder respirar después de leer un periódico, un libro, o haber pasado un rato ante la pantalla de televisión."