domingo, 14 de junio de 2009

Las Piedras Negras; Miguel Delibes.

[Reproduzco uno de los capítulos de la novela de Miguel Delibes, Viejas historias de Castilla la Vieja.
Muy bueno el capítulo de este libro de Delibes "La caza de la perdiz roja", quizá el mejor, que por su extensión no he sacado aquí.]

"Próximo a Pimpollada, sin salirse del páramo, según se camina hacia Navalejos, en la misma línea del tendido, se observa en mi pueblo un fenómeno chocante: lo que llamamos de siempre las Piedras Negras. En realidad, no son negras las piedras, pero comparadas con las calizas, albas y deleznables, que, por lo regular, abundan en la comarca, son negras como la pez. A mí siempre me intrigó el fenómeno de que hubiera allí una veta aislada de piedras de granito que, vista en la distancia - que es como hay que mirar las cosas de mi pueblo - parece un extraño lunar. Allí fue donde me subió mi tío Remigio, el cura, el que fue compañero de seminario de don Justo del Espíritu Santo, en Valladolid, la vez que vino por el pueblo a casar a mi prima Emérita con el veterinario de Malpartida. Yo le dije entonces a bocajarro: "Tío, ¿qué es la vocación?" Y él me respondió: "Una llamada". Y yo le dije: "¿Cómo siente uno esa llamada?" Y él me dijo: "Nada de eso; confía en la misericordia de Dios".
Mi tío Remigio era muy nervioso y movía siempre una pierna porque sentía como corrientes y en ocasiones, cuando estaba confesando, tenía que abrir la puerta del confesionario para sacar la pierna y estirarla dos o tres veces. Mi tío Remigio era flaco y anguloso y nada había redondo en su cuerpo fuera de la coronilla y cuando yo le pregunté si se sabía cura desde chico, tardó un rato en contestar y al ´fin me dijo: "Yo oí la voz del señor cazando perdices con reclamo para que lo sepas". Yo me quedé parado, pero, al día siguiente, el tío Remigio me dijo: "Vente conmigo a dar un paseo". Y pian pianito nos llegamos a las Piedras Negras. Él se sentó en una de ellas y yo me quedé de pie, mirándole a la cara fijamente, que era la manera de hacerle hablar. Entonces él, como si prosiguiera una conversación, me dijo: "Yo nunca había cazado perdices con reclamo y una primavera le dije a Patrocinio, el guarda: 'Patro, tengo ganas de cazar perdices con reclamo'. Y él me dijo: 'Aguarda a mayo y salimos con la hembra'. Y yo le dije: '¿La hembra?' Y él me dijo: 'Es el celo, entonces, y los machos acuden a la hembra y se pelean por ella'. Y de que llegó mayo subimos y en un periquete, sobre estas mismas piedras, hizo él un tollo con cuatro jaras y nos encerramos los dos en él, yo con la escopeta, vigilando. Y, a poco, él me dijo: '¿No puedes poner quieta la pierna?' Y yo le dije: 'Son los nervios'. Y él me dijo: 'Aguántalos, si te sienten no entran'. Y la hembra, enjaulada a veinte pasos de la mirilla, hacía a cada paso: 'Co-re-ché, co-re-ché'. Entonces me gustaban mucho las mujeres y a veces me decía: '¿Qué puede hacer uno para librarse de las mujeres ?' Y cuando la hembra ahuecó la voz, Patrocinio me susurró al oído: 'Ojo, ya recibe...¿No puedes poner quieta la pierna?' De frente, a la derecha de mi campo visual apareció un macho majestuoso. Patrocinio me susurró al oído: '¡Tira!' Pero yo apunté y bajé luego la escopeta Y me dijo Patrocinio '¡Tira! ¿A qué demontres aguardas?' Volví a armarme y apunté cuidadosamente a la pechuga del macho de perdiz. '¡Tira! volvió a decirme Patrocinio, pero yo bajé de nuevo la escopeta. 'No puedo; sería como si disparase contra mí mismo'. Él entonces me arrebató el arma de las manos, apuntó y disparó, todo en un segundo.
Yo había cerrado los ojos y cuando los abrí el macho aleteaba impotente a dos pasos de la jaula. Al salir del tollo me dijo Patrocinio de mal humor: 'Esa pierna adelantarías más cortándola'. Pero yo sentí nauseas y pensaba: 'Ya se lo que he de hacer para que las mujeres no me dominen'. Y así es como me hice religioso.
Yo tenía la boca seca y escuchaba embobado y al cabo de un rato le dije a mi tío Remigio: "Pero en la jaula era la hembra la que estaba encerrada, tío".
A mi tío Remigio le brillaban mucho los ojos, dio dos pataditas al aire y me dijo: "¿Qué más da, hijo? Lo importante es poner pared por medio".

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