martes, 23 de diciembre de 2014

Una buena frase.


“Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada” 

Edmund Burke


viernes, 13 de junio de 2014

Centenarios.

En este año se conmemora el nacimiento de uno de los más insignes filósofos españoles de la historia, se trata de Don Julián Marías Aguilera, profundísimo sabio que nos dejó ya en 2005 y que afortunadamente también dejó una valiosísima obra.

Además, se cumplén también cien años de la primera obra publicada por su maestro Ortega y Gasset "Meditaciones del Quijote" que significó el canto de gallo de una nueva forma de ver y entender la filosofía y la vida.

En un artículo genial de don Julián publicado en ABC el año 1998 y conmemorando entonces el nacimiento de su otro maestro Xavier Zubiri, discípulo éste también de Ortega, titulado "El joven Zubiri", Marías recuerda su relación discipular con ambos pensadores:

"Ortega había nacido en 1883; Zubiri en 1898; yo en 1914: tres generaciones, exactamente. En un libro de los que creo que no se deben publicar, compuestos de los papeles privados de autores muertos, encuentro una anotación de Ortega, escrita en Lisboa hace cincuenta y cinco años, que me conmueve profundamente. Dice así: «Mi hijo José que desde hace unos años dirige las ediciones de la "Revista de Occidente" –de quien sólo queda en el aire el nombre– quería publicar la segunda edición de la Historia de la filosofía compuesta por Julián Marías, discípulo de Javier Zubiri y mío. Marías rogó a mi hijo que me pidiese unas páginas de epílogo. Como el libro lleva ya un prólogo de Zubiri nos reuníamos en él tres generaciones de hombres que con continuidad desusada y en estrecha relación personal se han ocupado en el desnudo e implacable mediodía de Madrid, bajo los cierzos de la vecina serranía, de intentar hacer filosofía. Íbamos, pues, a aparecer juntos y confundidos en un solo libro, simbólicamente entreverados y mixtos, –porque, en efecto, el único lío que nos hemos hecho los tres es no saber ya si somos cada cuál de los otros dos discípulos o maestros.»"

Sirva de gratitud este sencillo reconocimiento a dos de los pensadores más grandes.





martes, 20 de mayo de 2014

Sobre "De profundis" de Oscar Wilde.




La conocida carta escrita por Oscar Wilde a su amante Alfred Douglas, hijo de los marqueses de Queensberry, desde su sórdida celda de la prisión de Reading fue para muchos una apertura a la cima genial del poeta truncada por la muerte temprana en 1900 a consecuencia de una meningitis.

En la misiva, no publicada en vida del autor, Wilde pone de manifiesto su profundo malestar y decepción como consecuencia del miserable comportamiento y los numerosos desplantes de Alfred Douglas durante sus años de amistad.

Al principio de la carta Wilde sienta los precedentes que van a justificar su alegato. A mi juicio y en un principio, los precedentes no dejan en buen lugar a nuestro insigne poeta que aguantó carros y carretas para tolerar los desplantes y vejaciones de un supuesto amigo. Las primeras páginas parecen un culebrón bien escrito donde el autor descubre sus intimidades con cierta resignación a mi parecer. Y, además, muestra sus verguenzas como si se tratara de una confesión necesaria por la que considera que tiene que pasar para purificarse.

Si la carta se quedase en esa denuncia a su amigo, creo que sería una carta sin mayor trascendencia que la que pudiera escribir cualquier persona con cierta habilidad literaria. Sin embargo, tras la descarga de conciencia del autor, la confesión vergonzosa para él, solo atisba una salida honrosa y a la vez genial que es la propia expiación sobre sus pecados. Y es en ese punto donde eleva la obra a la altura de su genio. Qué hubiese sido de la trayectoria artística de Wild de haber seguido viviéndo.

El dolor que siente el autor, sobre todo a raíz de la muerte de su madre acaecida mientras él esta en prisión, se vuelve insoportable y llega entonces a su máxima desolación.
 
Su dolor es el pecado ajeno y perdona a quien se había portado tan suciamente con él y que tanto daño le había causado, pero lo hace con un gesto que se congratula con el dolor de la pasión de Cristo (aunque no lo menciona) y quiere entenderlo y llegar hasta Él. No se si estoy exagerando demasiado, pero diría que es una clara reconversión del autor al sentido de la verdad en Cristo.
La única salida factible que es capaz de ver a su situación; sacrificarse a sí mismo, en sentido figurado claro, descargar el peso de su culpa y la de todos en su nombre y sin saberlo, tras ese giro, reconvertirse y tocar la gloria.

Silencio, silencio absoluto me quedó al concluir el libro, mientras que mi mente estaba llena de reproches y desprecios por la actitud de un autor al que admiraba antes de leer el libro, pero hasta el momento antes de su expiación en la segunda parte de la carta en donde mis ataques despreciativos hacia Wilde fueron apagándose cada vez más para desaparecer en el más absoluto silencio tras concluir la misiva, cerrar el libro y comprender lo que Wilde quiso realmente transmitir.

Es un libro para la reflexión. Un libro al que, de nuevo, se puede recurrir.


lunes, 10 de febrero de 2014

Una aproximación al triple salto

El 8 de febrero de 2014 se celebró, como cada año el Campeonato de Madrid de Atletismo. Después de tres años sin competir, aparición fugaz en las pistas. La incompatibilidad con el triatlon hacen de esta prueba todo un reto.