martes, 20 de mayo de 2014

Sobre "De profundis" de Oscar Wilde.




La conocida carta escrita por Oscar Wilde a su amante Alfred Douglas, hijo de los marqueses de Queensberry, desde su sórdida celda de la prisión de Reading fue para muchos una apertura a la cima genial del poeta truncada por la muerte temprana en 1900 a consecuencia de una meningitis.

En la misiva, no publicada en vida del autor, Wilde pone de manifiesto su profundo malestar y decepción como consecuencia del miserable comportamiento y los numerosos desplantes de Alfred Douglas durante sus años de amistad.

Al principio de la carta Wilde sienta los precedentes que van a justificar su alegato. A mi juicio y en un principio, los precedentes no dejan en buen lugar a nuestro insigne poeta que aguantó carros y carretas para tolerar los desplantes y vejaciones de un supuesto amigo. Las primeras páginas parecen un culebrón bien escrito donde el autor descubre sus intimidades con cierta resignación a mi parecer. Y, además, muestra sus verguenzas como si se tratara de una confesión necesaria por la que considera que tiene que pasar para purificarse.

Si la carta se quedase en esa denuncia a su amigo, creo que sería una carta sin mayor trascendencia que la que pudiera escribir cualquier persona con cierta habilidad literaria. Sin embargo, tras la descarga de conciencia del autor, la confesión vergonzosa para él, solo atisba una salida honrosa y a la vez genial que es la propia expiación sobre sus pecados. Y es en ese punto donde eleva la obra a la altura de su genio. Qué hubiese sido de la trayectoria artística de Wild de haber seguido viviéndo.

El dolor que siente el autor, sobre todo a raíz de la muerte de su madre acaecida mientras él esta en prisión, se vuelve insoportable y llega entonces a su máxima desolación.
 
Su dolor es el pecado ajeno y perdona a quien se había portado tan suciamente con él y que tanto daño le había causado, pero lo hace con un gesto que se congratula con el dolor de la pasión de Cristo (aunque no lo menciona) y quiere entenderlo y llegar hasta Él. No se si estoy exagerando demasiado, pero diría que es una clara reconversión del autor al sentido de la verdad en Cristo.
La única salida factible que es capaz de ver a su situación; sacrificarse a sí mismo, en sentido figurado claro, descargar el peso de su culpa y la de todos en su nombre y sin saberlo, tras ese giro, reconvertirse y tocar la gloria.

Silencio, silencio absoluto me quedó al concluir el libro, mientras que mi mente estaba llena de reproches y desprecios por la actitud de un autor al que admiraba antes de leer el libro, pero hasta el momento antes de su expiación en la segunda parte de la carta en donde mis ataques despreciativos hacia Wilde fueron apagándose cada vez más para desaparecer en el más absoluto silencio tras concluir la misiva, cerrar el libro y comprender lo que Wilde quiso realmente transmitir.

Es un libro para la reflexión. Un libro al que, de nuevo, se puede recurrir.