"La gente se preocupa ahora mucho por la contaminación (o lo que se llama con un latinismo tomado del inglés, "polución"). Es muy justificado y sería de desear que fuese eficaz. Lo que me sorprende es que esa preocupación afecta, sobre todo, a lo más distante, a lo que está más lejos de cada uno de nosotros, y disminuye a medida que nos vamos acercando a lo más profundo de nosotros mismos. Es razonable velar por la pureza del aire que respiramos, del agua que bebemos o en la que nos bañamos, de los alimentos que ingerimos.
La agudeza y gravedad de lo que las drogas hacen a nuestro organismo hace que también se sienta la inquietud por su uso, por la introducción en nuestros cuerpos de agentes que causan inauditas perturbaciones. Con ello nos vamos aproximando, desde las porciones más externas de nuestra circunstancia o mundo, a lo que está más cerca de nuestra verdadera realidad.
Pero hay algo todavía más próximo, que es nuestro repertorio de imágenes, estímulos, recuerdos, palabras y giros de la lengua, lo que constituye nuestro mundo psíquico, la porción más inmediata de nuestra circunstancia, aquello que no se distingue fácilmente del "yo" que cada uno de nosotros es. Lo que vemos y oímos por la calle, lo que leemos en libros, revistas y periódicos, lo que vemos y oímos en la radio y, sobre todo, en la televisión, va depositando en torno a nosotros una capa cada vez más espesa de interpretaciones de la realidad, recursos y orientaciones para nuestra conducta. Todo ello nos afecta incomparablemente más que lo que procede de los factores cósmicos, porque es mucho más cercano al núcleo de nuestra personalidad y llega directamente a ella, no de un modo difuso y solamente probable.
Sin embargo no es esto lo más grave. El hombre vive en el ámbito de la verdad, la necesita para entender la realidad, para orientarse en la vida y proyectarla. Las creencias y las ideas son lo más íntimo y cercano a nosotros, lo que más condiciona quiénes somos y quiénes podemos ser.
A veces se trata simplemente de errores. Hay frecuente falta de inteligencia; más aún de responsabilidad; son innumerables los que hablan y escriben de asuntos que no conocen ni entienden. La inercia es muy fuerte: he comprobado mil veces que si alguien dice una estupidez, serán legión los que la repetirán, con lo cual se produce un efecto de acumulación, difícil de contrarrestar.
Pero todo esto es relativamente secundario al lado de algo mucho más profundo y perturbador. Más que el error involuntario - aunque pueda ser culpable por ignorancia o frivolidad -, lo vedaderamente grave es la mentira, la distorsión deliberada de la realidad, su suplantación o desfiguración. Esta es la causa de la más peligrosa contaminación mental.
La mayor parte de nuestros contemporáneos sufren el asedio de ella; mejor dicho, todos sin excepción la padecemos; muchos carecen de defensas y sucumben a ella. Se dirá que siempre se ha mentido, que es un fenómeno universal y de todos los tiempos; lo que pasa es que los recursos con que esto se hace son incomparables con los de ninguna otra época. El analfabetismo, cuyos inconvenientes son visibles, era un instrumento pasivo de defensa; hasta hace unos decenios, nadie estaba expuesto a la radio y la televisión; faltaban las organizaciones de partidos o grupos análogos.
Creo que el derecho a expresarse, a hablar, incluso públicamente, a escribir, es demasiado importante para que se piense en suprimirlo o coartarlo. No es que hay derecho a mentir, pero hay el derecho de hablar aunque se mienta. Con una condición: que ello tenga las consecuencias oportunas.
Pero si se trata de la mentira, del falseamiento de la realidad, de la deliberada sustitución de lo que las cosas han sido o son por algo muy distinto, lo único decente es negarse resueltamente a toda complicidad. Es muy frecuente que por cualquier tipo de temor, por algún interés, por vanidad o por pasividad, personas estimables tomen parte en empresas colectivas en las cuales asumen el papel de cubrir con su prestigio una mercancía adulterada. Y no basta con la mera ausencia, con la disculpa, con alegar la falta de tiempo, las muchas ocupaciones o un catarro inoportuno. Es menester decir que no se quiere participar en algo que no lo merece, que no tiene las sufcientes garantías de decoro.
Se puede colaborar, y se debe, con personas de dotes muy modestas, de ninguna fama, siempre que se espere de ellas sinceridad, veracidad, reconocimiento de sus límites. Todos los tenemos. En la primera entrevista que tuve con un hombre muy inteligente y a quien como español debo gratitud, me dijo: "yo soy un hombre normal; tengo muchas lagunas". Le contesté: "¿Y quién no? Los que no las tienen es que tienen el mar Caspio".
Cuando alguien miente, sobre todo si es en asunto grave y con efectos públicos hay que abstenerse de todo trato intelectual con él, no hay que prestarle ningún apoyo ni colaboración para que lleve adelante - en la política, en los medios de comunicación, en la vida intelectual, en la convivencia - su campaña de contaminación mental. A veces es difícil respirar físicamente; peor es no poder respirar después de leer un periódico, un libro, o haber pasado un rato ante la pantalla de televisión."
increible!!! esto nos hace pensar antes de hablar, asi como cada cosa que oimos y vemos nos afecta, con mayor razon nosotros con solo pensar afectamos todo loque nos rodea
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