miércoles, 3 de diciembre de 2008

Revelación.

El poeta levanta su pluma y se encuentra consigo mismo en el mundo y, al plasmar el arte de nuevo, no hay diferencia entre él y lo creado porque lo creado es su estado del alma en excelsa pureza. La creación desde la sinceridad, desde su desnudez, la palabra liberada, el gesto límpido y el hacer revelador de lo divino. Al escribir sobre el papel en blanco creó su universo virgen. Ocultó su obra con el dolor de saber que se perdería para siempre en el cambio, pero dejó que sus latidos alimentaran su credo. Porque desde el dolor había nacido aquella especie sui géneris y a través del dolor del alma creadora se abrazaba a la obra tan pegada a ella que era su manifestación pura. El poeta dejó escapar su obra entre los garabatos de su pluma e iba dejando ésta un reguerillo de vida tras de sí, un hueco de desasosiego en el alma herida, un hueco de muerte, de revelación en la carne que le consumía a cada paso. Pero ese dolorido hueco de muerte no estaba lleno si no de vida, vida aternitatis...

El poeta se deja caer exhausto tras completar la obra inconclusa fijando su mirada perdida en el papel tintado del gen de su dramatismo y se levanta apoyando sus ancianas manos sobre los brazos de su asiento castellano, madera recia de roble, madera que cruje ya por el transcurso de los años.

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